„Una revolución menesterosa de épica muestra los apuros de su caudillo. Su lucha contra la oligarquía, los golpes, un cólico, el imperio y ahora la olímpica contienda contra una enfermedad terminal. El arte enfermo de gobernar. El gobernante confunde el yo social consigo mismo, se convierte en el creador de la realidad. Quiebra la razón, rompe los pactos de verosimilitud sin consecuencias de aceptación. Deja de importar la verdad e interesa lo que acontece en torno a una verdad suspendida, una verdad que nunca se sabrá, una verdad, indefinible, pospuesta. Hugo Chávez ha agregado técnicas a la manipulación e integración de los mensajes: el caudillo cabalga sobre las nuevas plataformas comunicacionales, fractura el lóbulo frontal de su audiencia e inyecta el suspenso emocional en las zonas límbicas del cerebro colectivo.
Aún quedan por vivirse muchos capítulos del teleculebrón. Vendrán nuevas sesiones de quimioterapia y tardes en La Habana junto a Fidel; ambos considerarán el montaje de una agonía gloriosa, comentarán a Nietzsche y acariciarán la idea del renacimiento de Zaratustra. Antes de Hugo, la verdad era la primera víctima del poder absoluto, ahora él ha movido paradigma, la finalidad del melodrama ya no será la revelación de una verdad sino la aceptación de la mentira. La verdad subyacerá como un detalle mientras existan un guionista y un actor diestro para banalizarla y dispersarla en miles de farsas.”