„Siempre ha levantado ampollas el hecho de que China, un país gobernado por un partido comunista, ninguneara la dimensión social en su vertiginosa y reciente espiral de desarrollo, amparando realidades, procederes y actores que ofrecen un difícil encaje en aquella trayectoria que dice imperar en su ideario formal. Las líneas de justificación de esa minusvaloración fáctica de lo social se han configurado en torno a dos ejes. Primero, la prioridad es el desarrollo, Deng dixit, y, consecuentemente, todo lo demás debe supeditarse a la consecución de dicho objetivo supremo.
Segundo, sensu contrario, con el igualitarismo maoísta sería imposible el despegue económico. El desmantelamiento del precario andamiaje social construido durante las tres primeras décadas de la China Popular acompañó la transformación del modelo socioeconómico pasando, sin red alguna, del tazón de hierro, que todo lo proveía y aseguraba, a la nada y, paradójicamente, generando la esperanza de una vida mejor en esos millones de personas desahuciadas de sus derechos básicos. Al enriquecerse, esos problemas desaparecerían por arte de magia.
Hasta el estallido de la crisis financiera, todos los dedos apuntaban a China como el argumento último de las voces que reclamaban recortes y pasos atrás en lo social en los países desarrollados. Ello brindaría los medios para poder competir con la fábrica del mundo que convertía el dumping social en el ariete reequilibrador del poder económico global.”